miércoles, 2 de julio de 2008

El oscuro mundo del sexo


Desde un balconcito, ya entrada la noche y con la música de Juan Luis Guerra sonando en la recepción del hotel observo a mi al rededor. Estoy en una localidad colombiana pero bien podría encontrarme en Venezuela, Brasil, Panamá, Méjico o República Dominicana, y nombro estos como podría nombrar muchos otros, y sin ánimo de ofender a nadie. Frente a mi un grupo de mulatas venden o mal venden su su cuerpo. Increpan a los viandantes anunciando a grito pelado sus tarifas y es que en la calle en la que me encuentro están ubicados todos los 'love hotels', moteles, paraderos, hoteles por horas,... etc
Con este despreciado mundo de la prostitución me he topado en casi todos mis viajes con experiencias en muchos casos muy duras. Recordaba aquí sentado mientras escribo estas lineas el caso de mi viaje desde Santo Domingo a La Vega en la República Dominicana, en el que una chica de 19 años, con un niño, que viajaba a un prostíbulo de Puerto Plata a trabajar se ofrecía a ser mi esclava por 100$ en la semana restante que me quedaba en el país. Su sobrecogedor testimonio y sus lágrimas fueron mi primer contacto con 17 años con un mundo que no deja de sorprenderme. Aquella chica cuyo nombre tendré escrito en el diario de aquel viaje, así como muchas de sus palabras se veía obligada a prostituirse para pagar la alimentación de su hijo. Forzada a hacerlo por el propio padre de su hijo. Todo un drama.
Pero es verdad que no habría prostitución si no hubiera clientela, y tal y como veo la noche hoy en esta calle parece que la demanda no falta. La carrera 15 con calle 4 en la que me encuentro bien podría ser el Malecón de Santo Domingo o la Casa de Campo de Madrid.
Recordaba también una experiencia aun mucho mas fuerte que viví hace ahora dos años también en aquel viaje, y también en la localidad a la que se dirigía aquella chica. En aquella ocasión me aloje en un familiar y tranquilo hostal regentado por uan amable familia. Puerto Plata una turistica localidad del norte de la Republica Dominicana, sabria tiempo después que es detino de turistas de medio mundo por otras razones mas allá del golf, la playa y la piña colada.

En aquel hostal conocí a un gallego de nombre Cesar. Era el primer español, mejor dicho el primer mochilero español que conocía en la isla. Joven, de unos treinta y algo, vestido de cara ropa deportiva portaba cámara reflex digital y equipo de grabación. Era el perfecto free-lance. Culto y con grandes inquietudes decidí acercarme a él y compartir una tarde de visita y una cena. Al terminar la misma y después de un Brugal-Cola al que me invitó, pues yo celebraba mis resultados en la Selectividad, me confesó con orgullo lo que hacia en realidad por estas tierras. Aquella noche por la habitación contigua desfilaron niños y niñas. Sus gritos y gemidos y todo lo que viví aquella noche eran mas propios de un reportaje de cámara oculta que vivencias de un joven de 17 años recién salido del Bachillerato.

1 comentario:

m.carmen noheda dijo...

Un relato más que estremecedor. Vivimos absortos por situaciones, que en la mayoría de los casos, elevamos al rango de "problemas" y no son nada más que nimiedades en parangón con lo que mis ojos han podido leer esta tarde. Testimonios grabados de por vida en piel, mente y alma han servido para que yo misma descorra los velos de opacidad que tantas veces tiendo sobre mí misma y ayudado a reflexionar sobre la sensación de estas criaturas en su jornada diaria. Me doy cuenta de que, desgraciadamente, yo no puedo hacer nada desde aquí. Desearía gritar, detener con mi rabia los impulsos de la sociedad, a la que sólo importa el oxígeno de la concupiscencia y el dinero.. aquél que se da por gozar de un cuerpo cuyos ojos turbios no podría borrar jamás de mi mente,ojos zaheridos y empañados por una doble realidad: el nudo del dolor que deja escapar un gracias a lo que servirá de alimento en su mañana.